martes, 17 de marzo de 2015

Poder político, poder económico y democracia


La primera condición consiste en la eliminación del dominio oculto de aquellos que, aunque pocos en número, ejercen, sin responsabilidades de ninguna especie, un gran poder económico sobre los muchos cuyo destino depende de las decisiones de aquéllos. Podríamos denominar a este nuevo orden socialismo democrático, pero, en verdad, el nombre no interesa; todo lo que cuenta es el establecimiento de un sistema económico racional que sirva los intereses de la comunidad. 

Erich Fromm. El miedo a la libertad. 1941. 

Siempre creí que crear un partido político era una de las cosas más complejas y difíciles de ejecutar. Pensé que era una tarea titánica porque exigía tareas de calado como convencer a la gente más próxima con argumentos solventes para que formara parte del proyecto. También, buscar financiación, establecer una organización interna que contara con todas las personas involucradas, delimitar los mensajes, organizar las campañas, bregar en el Parlamento con los rivales políticos, en el caso de obtener representación, …. Pero sobre todo pensaba que requería ilusionar a la gente con tu propuesta a través de la definición de un programa político que, además, tenía que ser diferente, al menos en algo, al propuesto por los partidos presentes en el mercado político. Y sin embargo, parece que no es así, que montar un partido político es lo más fácil del mundo. Hasta el punto de que lo primero que se hace es pregonar la creación del partido y parece que lo demás vendrá solo. También lo más importante, los hipotéticos votos.

El Roto
Anda el patio político canario movido en los últimos tiempos con políticos descabalgados que montan su propio partido en cuestión de segundos. Hay ejemplos de ello en todas las formaciones políticas mayoritarias de Canarias. En CC, en el PP y también en el PSC-PSOE. También hemos tenido ejemplos de políticos que se ofrecen a colaborar con otras formaciones diferentes a la suya. Y a su vez anda la izquierda inmersa en el enésimo proceso de confluencia (con poco resultado positivo hasta el momento) para concurrir conjuntamente a las inminentes elecciones municipales y autonómicas.

Quizás sean estos escarceos signo inequívoco de aquello que decía Marx, (Groucho): Estos son mis principios. Si no le gusta tengo otros. También, puede que esté relacionado con que las personas, que al fin y al cabo son las que integran los partidos, pasan por diferentes estados a lo largo de su vida, lo que les lleva a interpretar los acontecimientos sociopolíticos de diferente forma y, por tanto, a integrar otras estructuras políticas que den respuesta a su nueva visión de la realidad. El cambio es consustancial al ser humano y eso también parece lógico y lícito. Y quizás, estas nuevas creaciones políticas, tienen que ver con lo inestable que resultan las ideologías y los principios en el panorama sociopolítico actual, donde cualquiera puede salir y entrar de los equipos políticos llevándose sus electores, si de lo que se trata es de conservar el escaño, el sillón o la poltrona.

Aquí surge una pregunta interesante, ¿votamos a las personas que lideran un partido político o votamos a un programa político? Es posible que la respuesta esté en una mezcla de ambas y muchos otros imponderables. Pero uno, que es un ingenuo, siempre creyó que lo que delimitaba el voto del electorado era el programa político presentado por la formación. Al fin y al cabo, esa sería la relación de propuestas que regirían su modus operandi y su acción identificadora durante la legislatura. Era el programa el que enviaba las señales y definía la postura del partido. Se entiende también que los programas se hayan convertido en papel mojado por la escasa fidelidad que las formaciones políticas les prestan, en la era de la globalización y las superestructuras políticas como la UE, con claro sesgo neoliberal. Estas han absorbido la soberanía de un país dejando escaso margen de maniobra a los gobiernos nacionales.

La pregunta también la podemos plantear desde otro punto de vista ¿confiamos demasiado en que los políticos nos solucionen nuestros problemas? ¿No tendemos a pensar de forma, quizás un tanto inocente, que un cambio de gobierno traerá un cambio, a mejor, en la situación económica y social? A este respecto hay que saber, siguiendo a Éric Toussaint, que alcanzar el poder político no garantiza más que haber ganado las elecciones. El poder económico, que es donde se encuentra el poder real, continuará residiendo en la clase capitalista. Conviene tenerlo presente para no caer en ingenuidades, sea quien sea quien acceda al poder político en este ciclo electoral que iniciamos en breve en España y por tanto en Canarias. Este autor plantea una suerte de socialización de los medios de producción si se quiere disputar el poder real a la clase capitalista. Socialización que no estará exenta de conflictos, y por ello debe estar soportada por un reforzamiento del nivel de autoorganización del pueblo y el establecimiento de unas estructuras de control profundo sobre el gobierno elegido.

En su clásico El miedo a la libertad, Erich Fromm va más allá; tampoco son suficientes los remedios meramente económicos, como el de la socialización de los medios de producción. Y aquí desembocamos en una cuestión fundamental para las democracias actuales: a pesar de haber alcanzado este grado de democracia (…) debe reconocerse que el mismo no es todavía suficiente. El progreso de la democracia consiste en acrecentar realmente la libertad, iniciativa y espontaneidad del individuo, no sólo en determinadas cuestiones privadas y espirituales, sino esencialmente en la actividad fundamental de la existencia humana: su trabajo.

El psicólogo social identifica la profundización de la democracia con la realización plena de las potencialidades del individuo y continúa: El único criterio acerca de la realización de la libertad es el de la participación activa del individuo en la determinación de su propia vida y en la de la sociedad, entendiéndose que tal participación no se reduce al acto formal de votar, sino que incluye su actividad diaria, su trabajo y sus relaciones con los demás. Si la democracia moderna se limita a la mera esfera política, no podrá contrarrestar adecuadamente los efectos de la insignificancia económica del individuo común.

¿Nos estamos trabajando nuestra libertad?

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