viernes, 26 de diciembre de 2014

Crecimiento y bienestar, una relación sospechosa


…sorprende la poca atención que se presta en los debates públicos y los discursos políticos a la cuestión de si un mayor crecimiento económico aumenta realmente el bienestar. Es posible que el hecho de eludirla beneficie a quienes tienen intereses en el sistema dominante: si el crecimiento no aumenta el bienestar, no se podrán justificar muchas de las estructuras económicas sociales y políticas del capitalismo desarrollado.

Clive Hamilton. El fetiche del crecimiento. 2006

En su blog personal el Presidente del Gobierno de Canarias mantenía hace unas semanas que Canarias crece y crea empleo. Y no solo eso, argumentaba que su ejecutivo ha plantado cara a la crisis y ha hecho las cosas razonablemente bien. La reflexión (por llamarlo de alguna manera) no tiene desperdicio. Es una sucesión de indicadores exclusivamente económicos que demostrarían, presuntamente, que la economía canaria se recupera del marasmo en la que está inmersa. Si un extraterrestre leyera ese artículo concluiría automáticamente que el tejido económico canario se regenera, se repara y por tanto estaría saliendo de la ruina.

Un alegato difícil de creer aunque el dato de crecimiento del tercer trimestre de 2014 presente un aumento interanual del 1,9%. Si bien los presupuestos de 2015 contemplan una variación positiva del 2% del PIB, también confirman que la tasa de paro no será menor al 31,7%. ¿Cabe algún tipo de recuperación con esa tasa de desempleo? El discurso de que Canarias saldrá antes de esta debacle (que no solo es económica sino civilizatoria) que el resto de lugares de España, es una retahíla que estamos oyendo desde hace años. Tanto José Manuel Soria, como el propio Rivero, como otros actores políticos insulares, han tomado esta idea como un argumento con el que ilusionar a su electorado. Ya sabemos que la clase política es muy dada a repetir muchas veces una mentira creyendo que terminará transformándose en una verdad. Y sin embargo, los canarios no solo no sentimos esa salida de la crisis a la que alude el Presidente sino que no hay visos de que salgamos de ella en los próximos años, a pesar de la buena marcha del sector turístico.

¿Por qué entonces este optimismo del Presidente del Gobierno de Canarias? Al margen de que existe un evidente oportunismo político en presentar como positivo lo que es una ruina total; independientemente de cierta práctica entre nuestros políticos de divulgar cualquier mejora encontrada en indicadores económicos, por ínfima que sea esta, el problema de fondo está en asociar el progreso, el desarrollo o el bienestar, al exclusivo e incesante crecimiento de las principales magnitudes económicas. Un peligroso reduccionismo derivado de la aceptación acrítica de la corriente dominante de la Economía, la llamada teoría económica clásica o neoclásica que sitúa en el centro de su discurso la idea vital de crecimiento económico.

Hemos permitido que estos indicadores se conviertan en el instrumento fetiche de políticos, medios de comunicación o empresarios. Entre ellos destaca el uso del crecimiento del PIB como arma fundamental para medir la supuesta bonanza de una economía. Si este crece, todos contentos porque se vincula a buena gestión, a creación de empleo, a generación de riqueza y, por tanto, a desarrollo y a bienestar. Y sin embargo, el PIB es un indicador limitadísimo que deja fuera de su análisis importantes aspectos de la realidad que deben considerarse, si de lo que se trata es de ser honestos y divulgar una imagen equilibrada de la realidad. Entre esas deficiencias el PIB no contabiliza el deterioro ecológico y ambiental derivado de la propia actividad económica. También deja fuera de su análisis todas aquellas actividades que no pasan por el mercado al no estar valoradas monetariamente (trabajos domésticos, trabajos de cuidados, etc.). Además, no aporta información alguna sobre el grado de distribución del producto que se crea.

Y qué casualidad, en el ámbito de la desigualdad social Canarias ostenta niveles inadmisibles: las cinco personas más ricas del Archipiélago manejan en un año el 4,7% del PIB. El Archipiélago es la cuarta comunidad de España con mayor tasa de pobreza, un 28,4%. 47.000 hogares de las Islas no reciben ningún tipo de ingreso. El 39% de los canarios se encuentran en riesgo de exclusión. En el ámbito ambiental habría que destacar cómo las Administraciones canarias y agentes privados se saltan a la torera la amplia legislación existente al respecto, acortando parajes naturales para permitir el encaje de infraestructuras de alto impacto ecológico o demorando el derribo de muchos edificios e infraestructuras que inclumplen la normativa ambiental más básica. Por no hablar de la deficiente gestión que se hace en el Archipiélago respecto a los residuos producidos, los vertidos de aguas residuales o la contaminanción del aire en las principales zonas metropolitanas de las Islas. En el sector de los cuidados hay que recordar que Canarias fue una de las comunidades que peor aplicó la Ley de Dependencia. Que las Islas son la segunda comunidad autónoma donde más se redujo el número de trabajadores sociales, al tiempo que es la comunidad donde más se incrementó la demanda de Servicios sociales (87%).

En este contexto, hablar en Canarias de todo aquello que no sea de marasmo económico, social y ambiental es una broma de mal gusto, un engaño, una muestra de oportunismo político. Pero es, sobre todo, la constatación de que para valorar el estado de Canarias es preciso utilizar indicadores multidisciplinares, herramientas diversas entre las que el PIB y los indicadores económico sean solo uno más. De lo contrario solo percibiremos una imagen distorsionada de la realidad.

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