martes, 28 de agosto de 2012

Panegírico de la Costa Norte de Tenerife


La costa norte de Tenerife es uno de esos enclaves que hemos recibido de forma desinteresada. Un paisaje descubierto por uno mismo en la soledad de sus paseos, muchas veces por casualidad, otras a conciencia. En ocasiones, ese paisaje es revelado por otras personas; los padres o hermanos, una novia o amigos. Ese descubrimiento contribuye a configurar una visión emocional sobre el territorio que uno frecuenta, hasta el punto de que este pasa a formar parte del Yo. Y es ahí cuando se establece una vinculación triple entre el paisaje, las personas que te lo revelan y la experiencia propia.

Aquí, la memoria es una herramienta fundamental para configurar esa visión afectiva sobre el paisaje. Permite que cualquier amputación en ese territorio ya interiorizado, perpetrada por quienes tienen capacidad de transformarlo irreversiblemente (desaprensivos de toda condición pero sobre todo el poder político y el económico), tenga su correlato inmediato en una mutilación de parte del Yo (Paisaje, lugar e identidad. Esther Isabel Prada Llorente. En el Blog de José Fariña). 
Costa Norte de Tenerife

Lo que sigue es un breve periplo sentimental sobre paisajes transformados y otros que han quedado detenidos en el tiempo en la costa norte de Tenerife. Como el diminuto barrio costero de El Pris, en Tacoronte, inmutable entre una vetusta estética semi-turística que eclosionó en los 60 y su rural apariencia de enclave pescador. Desde aquí existe una potente postal. A la altura del nivel del mar, con el irregular Roque de la Urraca en primer término, se puede ver el Teide coronando la isla cuando la panza de burro lo permite. Ahí, junto al mar, se puede sentir todo el peso visual de los 3.718 metros de desnivel. A esa escala comprendes la fuerza de la orografía de la costa norte, esculpida a base de colapsos y desprendimientos masivos en las zonas altas de la isla, responsables de incrementar el grado de una pendiente brutal.

El plano largo que es posible divisar desde la carretera general de El Sauzal, ese pueblo agrícola transformado en residencial de clase media-alta al calor de las tensiones inmobiliarias, es monumental. Desde ahí observamos con claridad el modelo de ocupación del territorio, una colonización dispersa y caótica. En días claros, sobre todo en invierno, la vista alcanza hasta el mismísimo macizo de Teno. Tan nítida y concisa que es posible distinguir la pronunciada y magnífica pendiente del Valle de La Orotava. Abajo en la costa, la escala reducida en la lejanía, del Roque de Garachico. También los blancos caseríos que salpican las alturas de Icod, San Juan de la Rambla, La Guancha, El Tanque…. y más allá aún, la altura del Pico Baracán y las Cumbres de Bolico. En alguna ocasión, cuando las adversidades nublaban la mente, poder visualizar este magnífico paisaje era reconfortante por alguna razón inexplicable. Quizás porque sin saberlo ya formaba parte del Yo. Quizás una visión espacial tan amplia era capaz de aligerar el bloqueo mental. Y perder la vista entre sus infinitos detalles, una terapia recomendable.

Buenavista
La geometría irregular de El Rincón, ese manto de plataneras cuyo perímetro se inserta entre El Puerto de la Cruz y Santa Úrsula, es un atractivo aperitivo visual que llama poderosamente la atención en el Valle de la Orotava. Sobre él existe una presión urbanística incesante desde hace al menos tres décadas. Algunos políticos, eternizados en la poltrona por la gracia de nuestro sistema electoral, intentaron sin éxito hacer de este lugar un espacio efímero. Entre sus planes estaba cambiarlo por una trama artificial donde predominara el ladrillo y el tipo de economía que hoy zozobra. Aún hoy lucha a duras penas por conservar una esencia natural envidiable frente aquellos a los que intercambiar lo natural por lo artificial les ha salido muy rentable.

A Garachico se accede a través de un túnel con ojos. Los contábamos con rapidez mientras el trayecto serpenteaba por el Acantilado de La Culata y que en época de romería quedaba colapsado e impedía el paso. Un municipio que conoce la virulencia de los elementos por tierra y mar. Sepultado varias veces por los rugidos volcánicos del volcán Trevejo en 1706, todavía hoy se pueden ver sus coladas derramadas por la pendiente hasta el mar. Un mar que de vez en cuando lanza enfurecidos latigazos que han dejado su costa maltrecha. Sus gestores públicos han pensado que un puerto deportivo con capacidad para 200 amarres traerá la prosperidad al municipio. Nada nuevo. ¿Por qué llaman gasto al dinero destinado a Sanidad o a Educación e inversión al dispendio en infraestructuras? Hasta con el lenguaje nos embaucan.

El pueblo de Buenavista en plena Isla Baja, a los pies de los muros del macizo de Teno, destaca por su calma y sosiego. Algunos pretendieron convertirlo en un enclave del turismo de golf y las residencias de alto valor económico. Eliminaron el predominio del plátano como cultivo principal y lo sustituyeron por vías de gran capacidad que al enlazar con el anillo insular facilitaría la aceleración de los desplazamientos en la isla. Dice mucho de sus gestores que en un territorio limitado y donde el agua es un recurso escaso, se hayan impulsado semejantes despropósitos.

Boca del tunel de Punta de Teno
Más allá todavía nos recibe Teno, un espacio desligado y aislado del resto de Tenerife a lo que contribuye un acceso por carretera a través del túnel de punta de Teno. Un largo túnel excavado en la roca cuya cara interna carece del recubrimiento pertinente y que permite introducir al paseante en las entrañas del macizo de Teno. Transitarlo de día es sinónimo de aventura cinematográfica y en caso de hacerlo en horas intempestivas provoca, al menos, turbación en el ánimo. Una turbación que de pequeño, cuando la conciencia del riesgo era inexistente, se mezclaba con altas dosis de curiosidad. ¿Qué podía existir detrás de la negrura de un túnel que parecía transportar hacia las mismísimas tinieblas? El tránsito hacia la muerte, hacia la nada, debe pasar por un acceso del mismo tipo.

Y sin embargo, al otro extremo hay más luz aún si cabe. La temperatura dominante en la zona tiene más vinculación con la climatología del sur de la isla que con la existente en la costa norte. También se radicaliza la verticalidad del paisaje. La vía de acceso pasa a ser una angosta repisa colgada de paredes verticales. Hacia el mar, en cambio, el terreno se suaviza progresivamente en una larga pendiente que emula la altitud de las tierras de la isla baja en Buenavista. La rotunda presencia del Acantilado de los Gigantes, con sus moles erguidas sólidamente es uno de los atractivos de un paraje inocente que aún conserva un viejo embarcadero de pescadores. En el confín de la isla de Tenerife, un faro orienta a los que pasan por el hueco de mar que deja la isla con La Gomera….al fondo, casi a tiro de piedra…. 

Detrás de todos esos lugares, mientras la memoria persista, estarán siempre quienes han sido los artífices del descubrimiento de una costa, la del norte de Tenerife, con una potencia visual que se debería preservar con más ahínco.

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