domingo, 16 de octubre de 2011

Ciudadanos, clase política y la brecha que les separa

 
Hay una escena fundamental en Taxi Driver (Taxi Driver. Martin Scorsese. 1976), ese film imprescindible para entender el cine de los 70 y la sociedad del momento, que ilustra con gran habilidad el alejamiento de la clase política respecto de la ciudadanía y su incapacidad para resolver los problemas de la gente. En ella el senador Charles Palantine, visiblemente irritado por tener que modificar su rutina diaria, sube al taxi de Travis Bickle rodeado de sus asesores, a quienes les traslada la incomodidad y el engorro de haber abandonado el coche oficial (limusine en V.O.S). A través del espejo retrovisor del vehículo, elemento por medio del que se comunican ambos personajes durante toda la escena, en un recurso elocuente que subraya el divorcio entre ambos mundos, Travis reconoce al político y alabándole (necesita creer en algo) le indica que debería ganar las elecciones, que está haciendo muchas cosas positivas…. El senador se olvida de su incomodidad y ante el elogio de Travis capta la oportunidad de hacer campaña. No es casual que adule al taxista indicándole que ha aprendido más sobre América viajando en taxi que en coches oficiales. Una patraña cuya finalidad es ganarse la simpatía de Travis y que expresa el tipo de política que representa el senador, una política de apariencias. Es entonces cuando Palantine, en un gesto calculado inteligentemente, le pregunta qué es lo que más le molesta de su país (What is the one thing about this country that bugs you the most?). Una forma de plantear la cuestión muy hábil porque lo hace desde el conflicto y no desde el ámbito propositivo, reflejando una modalidad de política centrada en exacerbar e inflamar más que en proponer.

En un primer momento el taxista se muestra abrumado por la pregunta y responde que él no sabe de política. Sin embargo, el senador insiste, no quiere dejar de captar el pulso de la calle. Es entonces cuando el conductor, influenciado por su propia desesperanza, su vacío y la insatisfacción personal consigo mismo y con lo que ve a su alrededor, contesta al senador con una argumentada diatriba sobre la necesidad de limpiar las calles de la ciudad por donde circula habitualmente cada noche. Durante la soflama de Travis, la cámara de Scorsese enfoca un plano corto de uno de los asesores del senador que sitúa su mirada en las calles que recorren; las calles no están tan sucias, se debe preguntar con incredulidad e ingenuidad. Un ademán demostrativo de que las calles por las que transita el protagonista nunca serán las mismas por las que pasa la comitiva del senador.

Lo relevante de la escena es que la necesidad de limpieza a la que se refiere Travis va más allá de la mera cuestión higiénica. El conductor, probablemente sin quererlo, es capaz de situar su demanda en el plano político. Las calles están plagadas de colectivos excluidos sin futuro y sin alternativa posible donde campan a sus anchas sórdidos negocios y tugurios de dudosa legalidad. Ante el apresurado pero certero discurso del taxista, el senador, con una elocuente expresión de duda replica lacónico que no será fácil, que se tendrán que acometer reformas radicales. (I think I know what you mean, Travis. But It is not gonna be easy, we are gonna have to make some radicals changes)


Pese a la invocación de realizar reformas radicales (parece que la política siempre ha requerido de reformas radicales sea cual sea la época, que se lo pregunten a los países de la UE rescatados) no es accidental que el senador manifieste su incertidumbre por resolver el problema planteado por Travis. En último término, la suciedad de las calles que Travis desea eliminar y tiene que padecer todas las noches, es la misma suciedad que impregna una política, de la que el senador es un conspicuo representante. Corrupta en sus métodos, vacía de contenido, movilizada solo por la simple búsqueda de poder y llena de eslóganes grandilocuentes, somos el pueblo (We are the people) es el eslogan de su campaña, en un intento fatuo de identificar clase política y ciudadanía con el fin de alentar la participación. Una política incapaz de generar ilusión porque carece de propuestas concretas para resolver los problemas de un pueblo desesperanzado, golpeado por diversas crisis (Vietnam y crisis del petróleo en la película). Una política, en suma, oportunista y transformada en una máquina muy bien engrasada para vender humo con dinero público, convincentemente representada en la película en esa oficina electoral en la que trabajan de forma indolente otros personajes de la historia para construir una imagen pública amable y triunfadora del político.

La política convencional de hoy en día está tan separada de la ciudadanía como retrata la película. La clase política no solamente no es capaz de bajar a la calle sino que cuando lo hace, además de la patética imagen de cercanía que pretenden dar a la gente, demuestra una ineptitud flagrante para entender los problemas del ciudadano medio. Han perdido la conexión con la calle a base de crear una superestructura de privilegios (pensiones vitalicias, retiros boyantes en la esfera empresarial, fueros que les alejan de eventuales procesos judiciales….) que les proporciona gran confort, transformándolos en una casta de individuos señalados, aislados de las contradicciones de una comunidad que construyen a golpe de leyes y proyectos de dudosa legitimidad. La alternancia de siglas políticas en los puestos de mando institucional mientras las condiciones sociales de la ciudadanía se mantienen inalterables o incluso empeoran, profundizan la apariencia de que, en el fondo, los tres partidos mayoritarios (CC-PP-PSOE) se reparten el poder de forma gratuita en un cenáculo que se celebra cada cuatro años y cuyos integrantes disfrutan de un restrictivo derecho de admisión.

Los datos de abstención electoral, el voto en blanco, el nulo, demandan el imperativo de una nueva forma de hacer política donde el ciudadano vuelva al centro del discurso. No es suficiente la renuncia de ciertos políticos a los coches oficiales, más allá del gesto de austeridad que supone. Hay que volver a la calle, sí, pero además implicarse con la ciudadanía. No asombran las reacciones políticas interesadas al movimiento del 15-M que se produjeron antes de las elecciones ¿Alguna formación política se ha ocupado o preocupado de escuchar a los movilizados después de las autonómicas?. Sus gestos no han pasado de meras declaraciones para la galería. Tampoco ayudan las numerosas reuniones con los respresentantes del poder económico (cámaras de comercio, FEPECO, ASHOTEL,…) mientras se ignora irresponsablemente a un amplio sector de la Sociedad Civil que demanda ser escuchado y que ha vuelto a salir a la calle el 15-O.

Suponemos que la salida a esta situación solo podrá venir mediante la recuperación de la democracia desde el ámbito local. Será necesario potenciar la verdadera política y dejar a un lado la mayor o menor destreza para gobernar que tenga cada responsable político, basada hasta ahora en una concepción profesionalizada de la misma que ya está agotada. Es vital recuperar la credibilidad y la confianza encauzando las decisiones mediante valores éticos, sostenibles y comunitarios. Una difícil tarea en tiempos donde prima el cortoplacismo y lo económico-financiero.

Imagen 1: Uno de los carteles de la movilización mundial del 15-O. En Democracia Real Ya Valladolid.
Imagen 2: Taxi Driver.

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