viernes, 27 de agosto de 2010

Serie Verde; La tierra


WILLY. ¡Hay que ver cómo nos han encerrado en este sitio! Todo son ladrillos y ventanas y más ladrillos y más ventanas.
LINDA. Deberíamos haber comprado la parcela de al lado
WILLY. Toda la calle está llena de coches aparcados. Es que no corre ni un poco de aire fresco en todo el barrio. Ni tampoco crece la hierba. Vamos, ni para plantar una triste zanahoria en el patio de atrás. Deberían haber prohibido construir tantos edificios. ¿Te acuerdas de aquellos olmos tan bonitos que había ahí fuera? ¿Y cuando Biff y yo colgamos el columpio entre los dos?
LINDA: Sí era como estar a millones de kilómetros de la ciudad
WILLY: Deberían haber arrestado al constructor por talar esos árboles. Es que lo que han hecho con el barrio no tienen nombre. Cada vez me acuerdo más de aquellos días, Linda.

La muerte de un viajante. Arthur Miller. 1949.

La combinación de los tres elementos naturales mencionados en anteriores artículos, ha contribuido a configurar el cuarto elemento, la tierra, que es la base sobre el que actúan los demás. El fuego, a través de un proceso de maceración interna, ha proporcionado la materia prima, la tierra. El mar ha templado las condiciones climatológicas y ha dado forma a sus límites y el aire ha contribuido al proceso erosivo de la tierra, dando lugar a la última versión geológica de las islas, la última versión de un cuadro coral e hiperrealista en permanente construcción.

El resultado ha sido un territorio escarpado, abrupto, marcado por grandes y profundos barrancos que han condicionado el estilo de vida canario. Un collage abigarrado donde destacan las bocas volcánicas que hablan el idioma del silencio, porque sus lenguas de lava han vencido el paso del tiempo pero han quedado petrificadas (El Golfo en Lanzarote o el cráter de Pico Viejo en Tenerife). Pitones y roques que actúan de referencia en la orientación y caracterizan determinados emplazamientos que sin su presencia perderían un elemento de su iconografía (Roque de las ánimas en Anaga o el Pico de las Nieves en Gran Canaria). Y sobre todo, una gran masa de bosque que ha proporcionado verde, sombra y otros tipos de vida (La laurisilva de la Gomera, el monte de la Esperanza en Tenerife).

Lejos de ser una naturaleza muerta, todo lo que conforma este enclave está dispuesto en un frágil equilibrio de fácil ruptura. Las siete Islas Canarias son un ejemplo vivo de ese proceso de creación a través de los cuatro elementos, demostrando que todo vive conectado en un preciso y precioso ciclo donde cualquier cortocircuito puede desbaratar un lienzo natural.

De este modo una característica fundamental de la gran mayoría de los municipios canarios es que se disponen sobre el territorio de forma vertical, abarcando desde las cumbres y zonas de medianías hasta la costa que hace contacto con el mar. Son los municipios canarios una paleta de colores donde se recogen todos los ecosistemas de una tierra versátil.

A partir de la franja de costa la tierra deja de estar bajo las aguas para convertirse en una línea de tierra firme que actúa como una especie de esponja que atempera y mitiga la acción de la gran masa oceánica. Una cinta geológica escasamente protegida y como consecuencia, muy deteriorada por un modelo desarrollista, aún cuando es una zona de gran sensibilidad ecológica y ambiental. Las tonalidades azules del mar, salteado de franjas con diferentes gradaciones del marrón y el negro que caracteriza a las playas, son las coloraciones que predominan en la costa. La zona de las medianías destaca por ser la que goza de las mejores condiciones climatológicas para la agricultura y la ganadería. Esta zona de tierra firme ha sido la base del desarrollo canario en otra época no muy lejana, antes de que se instalara en las islas la industria turística. El verde húmedo de los montes y la laurisilva hasta el blanco de la niebla que los alisios generan al entrar en contacto, son los pigmentos más frecuentes. Y la zona alta, en aquellas islas que cuentan con el privilegio de disfrutarlas, es la zona del paisaje descarnado, donde la naturaleza verde deja paso a los grandes monumentos naturales producto de los orígenes volcánicos de las islas. El marrón de las lavas más antiguas, el negro de las coladas más recientes, el blanco de la nieve invernal o hasta el amarillo azulado del azufre que aún expulsan los volcanes calientes, completan un lienzo polícromo.

Y sin embargo, esta tierra desaparecerá un día cuando haya transcurrido el suficiente tiempo como para que la erosión desgaste cada una de las monolíticas cumbres de la actualidad y lime las aristas más angulosas de las crestas más altas, hasta degradar todos sus tonos. Bajo la superficie marina hay pruebas de otras islas más viejas que quedaron sumergidas por la gran masa azul cuando sus zonas más prominentes sucumbieron al proceso erosivo. En la actualidad son montes submarinos, planos, situados a una profundidad de unos 120m del nivel del mar y que a buen seguro volverán a emerger en la próxima glaciación de la Tierra. Pero también hay evidencia de nuevas paleoislas, como el monte “Las Hijas” situado a 4,5km de profundidad muy cerca de la isla de El Hierro.

Es el eterno retorno de las ínsulas, donde la última versión no es la definitiva sino una más de todos los grabados posibles, heredero de los que le han precedido y tributario de los que le sucederán, en una serie interminable que solo se extinguirá cuando el planeta deje de latir.

Foto 1: Roque de la Rapadura. Playa de Benijos. Tenerife
Foto 2: Cráter de Pico Viejo. Tenerife
Foto 3. El Golfo. Lanzarote

viernes, 20 de agosto de 2010

Serie Verde; El mar

  
El universo es el mar y nos mira, aquí en la pobre playa parda de mi infancia busco otra vez las preguntas; todas se quedaron entre el poste de la luz, la palmera y la nada. Después del recorrido es tan larga la soledad que nos devuelve el mar, tan larga la soledad que siento, para qué tanto viaje. Pág. 149.

La memoria no se pierde, sólo se pospone, por eso el mar se le parece, va y viene, está ahí y ya no está, y cuando no está sigue estando en su sonido. Pág. 153.

La playa del horizonte. Juan Cruz. 2004

Hay algunas personas que no creen que el mar lo cura todo. Tanto las heridas externas como las que tienen que ver con lo emocional encuentran una terapia adecuada junto al mar o en contacto con él. En lo físico el salitre actúa como elemento cauterizador de las heridas mientras que en lo emocional, tener como referencia el mar es una herramienta que aporta orientación, estabilidad, orden, calma.

También se puede tener físicamente. Es lo que ocurre cuando la piel del otro se cubre de motas de sal y rozas con los labios esa superficie condimentada provocando un leve y erótico incendio en la boca del que besa. La evaporación del mar después de la acción solar crea unas minúsculas piedras de sal que tantos réditos ha dejado en algunas islas a través de las salinas, como las Salinas de Janubio en Lanzarote.

Pero el mar, ante todo, es una incesante herramienta escultora que a base de perseverancia y del movimiento recurrente de sus olas ha sido capaz de destruir acantilados enteros, triturar sus rocas y crear espacios llenos de una fina arena proporcional al número de años realizando tareas de modelado. La composición interna de los precipicios de Canarias, tributaria de los sucesivos aportes de lavas, han conformado diferentes zonas susceptibles de desgaste que el embate abrasivo de las olas ha sabido atacar. La estabilidad de los acantilados se ha visto así amenazada y con el paso del tiempo han terminado por sucumbir al terco empuje marítimo, creando desprendimientos, grutas o puentes naturales. Es el caso del acantilado de La Garañona en Tenerife o el acantilado de Los Órganos en la Gomera.

Este proceso de destrucción, que también es de creación, ha conformado una costa abrupta, escarpada y de una verticalidad imponente según las zonas de las islas y el tipo de islas. Mientras que en las islas orientales abundan las extensas playas, consecuencia de un añejo proceso de erosión y acumulación de sedimentos, en las islas occidentales son más comunes las playas más pequeñas o incluso de calas, producto de la existencia de unas costas con una edad geológica más joven.

En ese trabajo de vaivén secular el mar es capaz de limar las aristas de las rocas más puntiagudas e irregulares. El contacto de unas con otras crea un rumor de arrastre rocoso, como empedrado que contribuye a cincelar la roca y convertirlas en callaos, simples elementos circulares, inofensivos, de diferente tamaño, característicos en los entrantes de mar como El Puertito o la playa de Candelaria en Tenerife.

Y es que el mar pule los ángulos físicos y los emocionales pero también puede mostrar toda su bravura a través de las grandes mareas con fuerza suficiente como para acabar con las zonas más expuestas. El municipio de Garachico en Tenerife, conoce muy bien los estragos de un mar enfurecido cuando su color cambia de azul a un blanco espumoso.

Y también es introspectivo, reservado, porque oculta bajo la gran masa azul una cantidad de vida al menos tan importante como la que es visible a simple vista en la superficie. Los relieves submarinos, las grutas o los fondos luminosos se pueden observar con aparente facilidad en islas como El Hierro donde la claridad de sus fondos marinos invitan a sumergirse y descubrir la profundidad marina.

Una profundidad que alberga ecosistemas vitales como los que se encuentran alrededor de los denominados sebadales. Extensas praderas de algas en los fondos arenosos que dificultan la erosión e impiden la “desertización” de los espacios marinos, sirviendo de refugio, además, para el alimento de gran cantidad de peces. Alguien dijo que la salud del sebadal es representativa de la salud del mar al posibilitar el desarrollo de la biodiversidad.

Un espacio al fin, que toma prestado el color de ese otro gran espacio, esta vez, quizás, infinito, situado más allá del firmamento, al mismo tiempo que es capaz de reproducir las condiciones de ingravidez que deben existir allí arriba. Es el inter-faz mar-cielo, unido en la distancia a través de esa fantasía óptica, esa ilusión que es la expresión física y líquida más cercana a la utopía porque es una línea inalcanzable pero visible, el horizonte.

Foto 1: Playa de Famara desde el acantilado de Famara.
Foto 2: Costa de Anaga desde el Roque de Taborno.

sábado, 14 de agosto de 2010

Serie Verde; El fuego


“Trasponía el sol las chatas montañas, blancas y negras colinas de Saimor, Cerro de los Palomos y Santa Catalina, volcán. Por la llanura de jables y caliches corrían las sombras de los montes como tres dedos negros. Atrás, lejos aún, venía la sombra grande, la sombra de Timanfaya, que ya no es ni sombra de cordillera. Por allí está la Montaña del Fuego, que es el corazón y permanece caliente como si la isla recién acabase de morir”

Mararía. Capítulo XV. Rafael Arozarena. 1973.

Entre las islas de Fuerteventura y Lanzarote, las más antiguas del archipiélago (entre 20 y 25 millones de años) hay un trozo de tierra que ha emergido levemente a la superficie para convertirse en uno de los vestigios más jóvenes (apenas tiene unos 8.000 años) de una zona que mantuvo una vibrante actividad volcánica. Es la Isla de Lobos, un pequeño islote de 4,5 Km2 y apenas 127 metros de altura que demuestra que bajo las aguas de Lanzarote y Fuerteventura existe un mismo zócalo submarino que da soporte a ambas. Fue en una época pretérita, con el nivel de los océanos más bajo que el actual, cuando las dos islas formaban, de hecho, una sola a la que los paleontólogos denominan Mahán.

La península de Jandía fue de los primeros edificios volcánicos en emerger. Antes ya habían asomado de las profundidades marinas dos estructuras volcánicas que coinciden con lo que hoy es el norte y el centro (Betancuria) de Fuerteventura, en un tiempo que escapa a toda escala de medición de la vida humana. La actividad eruptiva en lo que hoy es la península de Jandía generó uno de los edificios volcánicos más altos de la zona, que algunos sitúan en los 3.000m de altitud. La estructura colapsó posteriormente provocando un gran deslizamiento hacia Barlovento, dando origen a un arco geológico de considerable amplitud. La acción erosiva del viento y el agua ha sido la responsable de limar los ángulos más expuestos que sobrevivieron al colapso, hasta reducir su altitud a los escasos 807 m. del llamado Pico de la Zarza, único enclave que es capaz de rozar, apenas, los vientos alisios que vuelan por la zona.

En el origen de la revolución volcánica iniciada frente a las costas de África hace más de 20 millones de años, también está el macizo de los Ajaches, al sur de Lanzarote, que es prácticamente coetáneo a las primeras columnas de humo majoreras que a fuerza de vomitar lava consiguieron vencer la acción apaciguadora del Atlántico. Particularmente representativa de la actividad volcánica es Lanzarote. Isla que con sus formaciones petrificadas conforman un paisaje abrasado y carbonizado reiteradamente por las diferentes coladas de lavas que regaron su territorio. Purificación a través del fuego que ha dado como resultado una escultura natural gigante y frágil cuyas últimas manifestaciones eruptivas se sitúan en 1824 (Volcanes de Tao, Nuevo del Fuego y Tinguatón) o anteriormente, el gran Timanfaya (1730-36), conformando un paisaje que demuestra que las cenizas también con capaces de albergar belleza y hasta distintos tipos de vida.

En su capacidad de extender los límites de las islas, el magma no ha dado tregua en un territorio cuya última erupción hay que situarla en 1971, la del volcán Teneguía en La Palma. En muchas de estas recientes erupciones, el magma ha logrado salir a la superficie nuevamente. Colándose por la orografía ya creada, se ha derramado siguiendo la gravedad y ha terminado en contacto directo con el mar. Estos procesos han culminado con la formación de las denominadas “islas bajas”. Plataformas de lava, planas, que han expandido las dimensiones de las islas al pie de los escarpados acantilados creados por la superposición de estratos a lo largo de la historia reciente. Obviamente se ha instalado la vida humana y natural en estas plataformas por sus apropiadas condiciones climáticas y agrícolas. Es el caso de la isla baja de Daute o Teno en Tenerife, Puntallana en La Palma o Tamaduste en El Hierro.

La altitud alcanzada por algunas islas como en Tenerife ha provocado que la fuerza de impulso del magma desde las entrañas más profundas del planeta no sea suficiente para aflorar por las bocas de salida habituales. Este proceso ha creado la explosión del magma a través de los laterales del volcán creando una orografía punteada de cráteres. Pero la virulencia eruptiva se manifiesta también en las islas más jóvenes como en El Hierro. Auténtica llama flotante en el Atlántico, El Hierro contiene la mayor densidad de volcanes en su territorio de Canarias, unos 500 descubiertos completamente y otros 300 sepultados por la propia actividad volcánica adyacente.

Es el fuego, la llama capaz de incendiar nuevamente el subsuelo y ascender hasta la superficie, para reconfigurar y extender la piel exterior del territorio, en un proceso casi imperceptible a escala humana pero de gran variabilidad en la escala geológica del planeta.

Respetando las peculiaridades de la cultura, el imaginario y las condiciones definitorias de cada isla, si vamos al origen, despojándonos de prejuicios absurdos y de creaciones políticas retrógradas e inútiles como el pleito insular, encontramos que la procedencia de todas las islas es común. La verdadera génesis de todo a modo de metáfora geológica y natural hay que buscarla en las corrientes de magma que circulan por las entrañas, en el fuego.

Foto 1: La tarta. Tenerife. Ejemplo de apilamiento de sucesivas lavas con materiales diferentes. En http://www.gevic.net/
Foto 2: Teoría de los bloques emergentes. Una de las teorías más aceptadas sobre el nacimiento de las islas. En http://www.gevic.net/
Foto 3: La dorsal de Bilma-Abeque desde Pico Viejo. Tenerife. La zona más activa de Tenerife y con una alineación de volcanes recientes

sábado, 7 de agosto de 2010

Serie Verde; El aire

     
“…Tu beso se hizo calor. Luego el calor, movimiento. Luego gota de sudor.
Que se hizo vapor, luego viento. Que en un rincón de La Rioja. Movió el aspa de un molino.
Mientras se pisaba el vino. Que bebió tu boca roja.”

Todo se transforma. Jorge Drexler. 2004

Cualquiera lo ha sentido en la cara. Una brisa que acaricia y mueve ínfimamente las mejillas. Cuesta creer que algo invisible pero presente, algo espontáneo y renovable sea capaz de poner en movimiento todo un entramado de elementos naturales sin el cual se perdería la mecánica de muchos ecosistemas. Esa ráfaga puede ser caliente cuando, a menudo, proviene de los lejanos y solitarios territorios del desierto del Sáhara para caldear todo un territorio de por sí abrasado en otro tiempo. O puede ser una ráfaga más fresca cuando proviene de la corriente marina, templando una costa bañada de sol. Es el aire o mejor, el viento, que es el aire cuando adquiere movimiento.

Para los amantes del kitesurf el viento puede adquirir diferentes calidades. Más concretamente la calidad hace referencia a su dureza o capacidad para propulsar la cometa. Qué ironía, algo tan liviano que puede ser duro o incluso “estar torcido” que es lo que ocurre según los windsurfistas cuando el viento viene racheado para impulsar la vela. También la arena de la costa, que se acumula en médanos o pequeñas dunas en lugares como el Parque Natural de las dunas de Corralejo (Fuerteventura), en Maspalomas (Gran Canaria) o en El Médano (Tenerife). El avance de las dunas es inversamente proporcional a su tamaño de modo que son las más pequeñas las que, gracias al viento, son capaces de alcanzar a las mayores, fusionándose y convirtiéndose en una sola, más grande, más lenta pero que sigue su rumbo hasta donde el viento dictamine a fuerza de isobaras.

En estos enclaves el viento forma parte esencial del ecosistema porque permite el viaje de distintas partículas como semillas, polen o feromonas de algunos animales que posibilitan su supervivencia o hasta su apareamiento. También es el viento el responsable de trasladar el vapor de agua, es decir, la humedad que servirá para proporcionar un toque refrescante al entorno natural de la costa. Al mismo tiempo las dunas se convierten en importantes reservas de arena para las playas anexas, formando un bucle cuya dinámica se explica porque todos los elementos cumplen una función específica. Obstaculizar la acción del viento de forma artificial o cualquier otro elemento del ecosistema supondría variar las condiciones de supervivencia del mismo.

En ese peregrinaje natural hacia cotas más altas, el viento de la costa se encuentra con otro fenómeno eólico, los alisios. En su ruta hacia las zonas ecuatoriales del planeta, los alisios dejan atrás las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Su orografía plana y erosionada no cuenta con la suficiente altura como para atraparles y obligarles a dejar, al menos, una gota de humedad en una superficie sedienta que bulle calor en sus entrañas. Sí se toparán con las medianías del resto de islas. Como una gran mole transparente, los alisios invaden las zonas situadas entre los 800 y 1.500 m. de altitud, provocando un manto blanco y extenso, el mar de nubes, ese otro horizonte artificial que se superpone al real. Es el efecto visual que crea la llamada inversión térmica de los alisios. En las capas inferiores de éstos se concentran las temperaturas más bajas. Al entrar en contacto con la superficie caliente de las islas se condensa formando ese mar blanco suspendido en el aire en aquellas zonas orientadas a los vientos dominantes. Un mar blanco que puede adoptar infinitas formas, desde una estructura plana y uniforme que emula una gran marea calma, hasta una disposición escalonada y heterogénea que aparenta una marejada erizada y brava.

La superficie privilegiada que es bañada por la humedad de los alisios en la franja mencionada gozará de las mejores condiciones climáticas para la agricultura e influirá en un ecosistema natural característico de algunas islas, la laurisilva. En La Gomera (Bosque del Cedro), Tenerife (Anaga), El Hierro (El Golfo) o en La Palma (Los Sauces), los vientos alisios envuelven la laurisilva regalándole el aporte de humedad necesaria para su existencia. Esta humedad da origen a una vegetación exuberante en las zonas más enfocadas hacia su influencia. Son los microclimas que se crean en algunas partes de las islas y que provocan zonas con ecosistemas de gran biodiversidad, cada uno de ellos adaptado a sus condiciones.

Sobre la capa superior de los alisios se sitúa otra masa de aire en movimiento, más seca y cálida, que proviene de las zonas ecuatoriales del planeta y que actúa de “muro de contención” evitando el ascenso orográfico de los alisios sobre la cota de los 1.500-1.800 m. Son los contraalisios. El aire en estas cotas es más transparente y limpio lo que permite observar un firmamento extremadamente nítido en La Palma a 2.421m (Roque de los Muchachos) o en Tenerife a 2.390m. (Izaña). Esta masa de aire cálido, al entrar en contacto con los vientos polares genera lluvias. Lluvias que se solidifican y se transforman en nieve cuando las temperaturas alcanzan la gradación más baja. Lluvia y nieve, único aporte de agua en unas cotas que presentan unos niveles de insolación de los más altos de España.

Y el viento seguirá su rumbo hacia ninguna parte, renovándose en un ciclo interminable y moviendo las aspas de los escasos molinos de viento que encuentre en su periplo y que exigen de su presencia para crear otro tipo de energía. De igual potencia que la energía fósil pero de diferente origen que solo la desidia de los políticos actuales y la presión del vetusto lobby del petróleo explica su exiguo apoyo institucional. Apoyo que permitiría un desarrollo económico sin lesionar el territorio que nos sustenta.

Foto 1: Parque Natural de las dunas de Corralejo. Fuerteventura.
Foto 2: Práctica del kitesurf en la playa de El Médano. Tenerife
Foto 3: Mar de nubes en el Valle de la Orotava. Tenerife. En http://www.webtenerife.com/